·Irina Vervelle·


El camino fue trazado por cuerpos avasallados por supuestas tristezas que no eran más que un montón de estupideces sin sentido, la inutilidad no tenía por que justificarse, sólo eran presas fáciles dispuestas a ser devoradas. Las sombras resguardadas en la oscuridad estaban preparadas para despertar y aparecer a la luz de la luna. La sangre de los desafortunados sería la que correría por sus venas esa tibia noche de Julio.

Su vestimenta elegante como siempre acentuaba su porte y superioridad. Su cabello se estremecía con la suave brisa, brillante, perfecto... siempre perfecto. Los sonidos eran acompañados por delicadas pisadas dignas de la realeza, las princesas no se equivocan en su andar. A esas horas no se hallaban cuerpos sin almas dispuestos a jugar, ni los demonios más feroces eran propietarios de sus destinos en sus frías y suaves manos.

A veces la soledad era la mejor compañera para cazar. Siendo de esta manera que su boca sedienta de elixir llenaría hasta el último espacio de su cuerpo con ese liquido colorido y delicioso. Avanzó sin tambalear por aquella ciudad. Las miradas estaban puestas en su cuerpo, los ojos de aquellos que de a poco serían aniquilados seguían sus pasos. No fue necesario llamar cuando ya una calida presencia se estaba dispuesta a dar. Arrogante miró aquel joven, su piel tostada y sus ojos verdosos no hacían más que acercarse ignorantes a la vampira, rió melodiosamente al darse cuenta de lo que pretendía ese ente con apariencia agresiva. Las porquerías no se comen, pensó. Lo llamó con un dedo y este accedió, dando pasos poco certeros hasta sus brazos llegó. No había nadie más que ellos allí, tomó el rostro del joven entre sus manos y de un ágil giro de la columna vertebral lo desprendió.

Los minutos avanzaron y ella retomó su paso, dejó el cuerpo sin vida en la calle abandonado. La multitud la llamaba, los corazones bombeantes requiriendo ser arrebatados de sus cuerpos mortales la aprisionaban a seguir. Llego hasta donde el mejor aroma salía, un grupo de jóvenes allí se reunían, dulce y con matices ácidos, imaginó el líquido descendiendo por su garganta, llenándosele la boca de ponzoña. Sus ojos brillaban cual dos rubíes al la luz solar. Una sonrisa siniestra se talló en un su rostro cuando de otra presencia se percató. El viento traía hasta sus sentidos un nuevo sabor y un apestoso olor. –Perfecto- susurró junto con la brisa.

Giró lentamente sobre sus talones y al ser aberrante miró. Alzó ambas cejas y de este escuchó. La hostilidad reflejada en su elegante rostro era evidente, levantó el mentón mostrando petulancia. El hombre lobo mostró sus ojos y a los humanos espantó. Con voz aspera este habló: - La muerte se cruza en tu camino bebedora de sangre.

-¿Desde cuando las mascotas andan sueltas por mi reino?- preguntó. Su voz fría y su cuerpo estático permaneció – La muerte lleva sólo a seres débiles, es por eso que el hilo de mi vida nunca será cortado- aclaró con su cantarina voz.-Nyx manda a los reyes terrenales a ser inmortales- Miró al ser de pies a cabeza, no era más que un juego en el cual estaría dispuesta a ganar.