Volteé
la mirada cuando me percaté que algo no estaba bien. Algo estaba pasando en
ese lugar y yo averiguaría de qué se trataba. Y entonces la vi, solitaria y
silenciosa, se movió con una brisa para resplandecer ante la luz solar, el
verde no la opacaba. Ella, mística y única se agitaba frente a mis ojos
tentándome a seguirla. Apreté los labios para contener mi aliento, mis ojos
brillaron inusualmente y mis dedos se estiraron en su dirección, pero ella era
traviesa y embustera, frágil y ágil entre las personas. Danzó frente a mis
ojos y susurró mi nombre con su poder mental, entusiasta avancé abriendo paso
con mis brazos.
Sentí su tristeza y su abandono. Continué acercándome mientras una fuerza la
separaba de mí. Espérame quise decirle pero si le hablaba en frente de todos nunca sería sólo mía. Supe en ese instante la necesidad inmensa que tenía por
tocarla, por adueñarme de ella y dejarla en mi cama para poder observarla día y
noche con su desnudez incurable.
¿Por qué ahora? ¿Por qué en ese momento me encaprichaba en un ser tan volátil?
Una curva nos llevó a una calle vacía. Feliz corrí tras ella, mientras me
coqueteaba con sus colores y flotaba como si fuera una joven gacela. –No
temas- le grité esperando que fuese capaz de escucharme. La brisa la trajo
hasta mis brazos y la abracé con toda mi fuerza. –Oh, pequeña mía-
susurré sobre su diminuto cuerpo.
La toqué y sentí sus curvas perfectamente delineadas bajo mis dedos, mi
acompasado calor traspasó hasta su frío cuerpo. –Llévame volando contigo
preciosa- le aconsejé esperando que así fuera, que me llevara a su hermoso
mundo. La amé desde el primer instante, ahora lo entendía todo. Ella, tan
hermosa había sido creada para acompañarme por el resto de mi vida, ella sí era
la indicada no como las otras, ella… sólo ella.
Seguimos caminando un par de cuadras, tranquilo y ruborizado la miré. El
silencio no era molesto a su lado, pero tenía que romper aquello -¿Me
hablarás o guardarás tú talento hasta que lleguemos a casa?-Sonreí
carismático. Ella por su parte se agitó, pude sentirla así, la acaricié
levemente intentando calmarla – Todo estará bien amada mía, no haré
nada que tú no quieras- la consolé.
-Las dejaré a todas por ti mi preciosa, lo prometo- dije al llegar a la
casa, entramos y la solté para que con una tibia brisa avanzara adaptándose a
su nuevo hogar. En mi habitación liberé a las otras y les pedí que se fueran
para nunca volver, me despedí de ellas por la ventana. –¿Qué se siente ser
una pelusa única?- le dije ubicándola sobre mi repisa mientras que sus
filamentos brillaban en miles de colores.